Carlos I condena a Los Comuneros

El otoño va avanzando
y las jornadas abrevian,
Adriano y su Consejo
han declarado la guerra.
Los días son más cortos,
las noches son más luengas,
los surcos ya removidos
están esperando siembra.
Para lograr distinguirse
hombres de la misma tierra,
se cosen cruz blanca al pecho
los que van por la realeza,
cruz roja de rebeldía
es la insignia comunera.
¡Que todas las cruces blancas
rojas de sangre se vuelvan!
El dieciséis de febrero
en Burgos de madrugada
entre faroles y cirios
un cadalso se levanta.
Unos frailes atraviesan
la vecindad congregada,
suenan trompas y tambores,
la voz de un pregón se alza:
"Que sepan todos los pueblos
de los mis reinos de España,
que en uso de mi poder,
al que nadie menoscaba,
más absoluto y real
que antes de que estallara
la rebelión de que sufren
las ciudades castellanas,
condeno, sin enjuiciarles,
y con sentencia inmediata,
doscientos cuarenta y nueve
Comuneros de más talla.
A morir si son seglares
y, si clérigos, que salgan
de los conventos e iglesias
perdiendo cuanto les valga.
Firmado en Worms, vuestro Rey,
Carlos Primero de España".
Al acabarse el pregón
mil murmullos se levantan.
Viva Padilla alguien grita,
nadie su voz sofocara,
que amapola comunera
en todo el trigal se ampara.