Ley de Tordesillas

En Tordesillas convocan
la Santa Junta del Reino.
Las ciudades hermanadas
envían los mensajeros
que en la Junta representen
los que acudir no pudieron.
De todos los oficios salen
los que bregar por el pueblo.

De Avila llega un pelaire,
de Burgos un cerrajero,
de Palencia un alguacil
ha traído su consenso.
A Salamanca se escucha
por la voz de un pellejero,
por Medina un tundidor
y por León un herrero.

En Tordesillas promulgan
una ley de mucho aliento:
Que en el futuro a los grandes
se les quite del gobierno,
qu no guarden fortalezas
que no cuenten con guerreros,
que tiranias pasadas
no puedan volver con ellos,
que cuadrillas y parroquias
ejecuten lo dispuesto,
que los vecinos se acerquen
para prestar juramento.

La lucha larga ha de ser
por la libertad del Reino;
que no fuera libertad
la que los reyes le dieron,
que libertad concedida
no es libertad sino fuero.

Igualdad en el pechar
para el futuro queremos,
que se den mejores tratos
a los indios de este reino,
que nada se dé a los jueces
si bienes hay en un pleito,
y se libere a la Reina
de su vivir en encierro.

Respuesta de Don Carlos

Desde Flandes dio Don Carlos
la deseada respuesta.
Adriano en adelante
se apoyará en la nobleza;
sobre dos gobernadores
descansará su regencia:
El almirante Fadrique
se valdrá de su paciencia,
y el condestable Velasco
usará de intransigencia.
Ya pueden los comuneros
prepararse a la contienda.
Los nobles al Rey se juntan
por conservar sus haciendas,
que el que tiene, por guardarlo,
busca ayuda de quien sea,
prefiere pagarle a extraños
a compartir lo que tenga.

Carlos I condena a Los Comuneros

El otoño va avanzando
y las jornadas abrevian,
Adriano y su Consejo
han declarado la guerra.
Los días son más cortos,
las noches son más luengas,
los surcos ya removidos
están esperando siembra.
Para lograr distinguirse
hombres de la misma tierra,
se cosen cruz blanca al pecho
los que van por la realeza,
cruz roja de rebeldía
es la insignia comunera.
¡Que todas las cruces blancas
rojas de sangre se vuelvan!
El dieciséis de febrero
en Burgos de madrugada
entre faroles y cirios
un cadalso se levanta.
Unos frailes atraviesan
la vecindad congregada,
suenan trompas y tambores,
la voz de un pregón se alza:
"Que sepan todos los pueblos
de los mis reinos de España,
que en uso de mi poder,
al que nadie menoscaba,
más absoluto y real
que antes de que estallara
la rebelión de que sufren
las ciudades castellanas,
condeno, sin enjuiciarles,
y con sentencia inmediata,
doscientos cuarenta y nueve
Comuneros de más talla.
A morir si son seglares
y, si clérigos, que salgan
de los conventos e iglesias
perdiendo cuanto les valga.
Firmado en Worms, vuestro Rey,
Carlos Primero de España".
Al acabarse el pregón
mil murmullos se levantan.
Viva Padilla alguien grita,
nadie su voz sofocara,
que amapola comunera
en todo el trigal se ampara.

El obispo Acuña

Muy pronto en Valladolid
de lo de Burgos se habla,
se enfurecen los vecinos
y se van hacia la plaza.
Traidores y criminales
contra nosotros batallan,
que grandes crímenes fueron
el que a Medina incendiaran,
y el asalto a Tordesillas,
que a sus vecinos mataban
por haber dado a la Junta
cuanto tenían en casa.

En los atrios y en los claustros
los campesinos verán
al obispo de Zamora
a caballo predicar:
"Tended palios y manteles
y en su interior arrojad
custodias, joyas, patenas
y vasos de consagrar.
La Iglesia cuanto más pobre
más a Dios se acercará".
El oro de los altares
es agua sin alumbrar,
llevándoselo a la Junta
al pueblo le brotará.

Quema de Mora

La guerra se va extendiendo,
larga la lucha será.
Un ejército imperial
a Mora tiene cercada,
la ciudad guardia silencio
se diría abandonada.
Con Zúñiga a la cabeza
los imperiales avanzan.
"Os rendireis los de Mora
o Mora será arrasada".
La artillería real
logra quebrar la muralla,
aguantan los defensores,
hacen frente a las mesnadas.
Luchando calle por calle,
luchando casa por casa,
van muriendo en el combate
o en el suelo se desangran.
Los imperiales se adentran,
ya la iglesia está cercada.
¿Quién se refugia en la iglesia
huyendo a nuestra venganza?.
Son mujeres y son niños
o son los viejos sin armas.
Si son mujeres o niños
o si son viejos sin armas,
Comuneros son también
y morirán sin que salgan.
Los reales prenden fuego
la iglesia ya está incendiada.
Tres mil mujeres y niños
y viejos que están sin armas
se quemarán en la iglesia
sin poderla abandonarla.
En silencia queda Mora,
¡cómo crepitan las llamas!

En Torrelobatón

En Torrelobatón, Padilla
se impaciencia de esperar.
Los imperiales acampan
a una legua del lugar.
Los nobles de todas partes
acuden a batallar.
Padilla a sus hombres dice
que no es cosa de esperar,
que hacia Toro comunera
se tienen que replegar.

Antes de partir, Padilla
se retira a meditar
y escribe en un pergamino:
"Mañana se va a luchar,
aunque quedemos un puño,
hasta el fin combatirá.
Que nunca nos diga el pueblo
que nos echamos atrás,
si la suerte nos faltara
el valor no ha de faltar".

¡Quién viera a los comuneros
por las cárcavas bajar!
Como no hay luna en el cielo
no se tienen que ocultar.
Avanzan a duras penas,
trabajo les cuesta andar,
les azota la borrasca,
casi no pueden mirar.

En Peñaflor han sabido
que Padilla se les va.
Dos mil quinientos jinetes
han de lograrle alcanzar,
ocho mil infantes siguen
a los nobles en su afán.
Sabiéndose perseguido
Padilla decidirá:
"¡Que redoblen los tambores,
los pendones desplegad,
que no piensen los reales
que vamos huyendo ya!

Buscando lugar propicio
donde batalla librar,
en Vega de Valdetronco
quiere batalla librar,
mas el destino le obliga
a que espere en Villalar.

Batalla de Villalar

Ya apunta en el horizonte,
ya aparece Villalar.
Los soldades comuneros
salieron del lodazal.
Van corriendo por las eras
hasta las casas llegar
e instalando alli las piezas
comienzan a disparar.

Ya llegan los imperiales,
encima les tienen ya,
ya apresan a Maldonado,
ya comienzan a avanzar.
Padilla picando espuelas
lanza al aire, ¡Libertad!

Poco a poco caen sus hombres
heridos o muertos ya.
A Juan Bravo espada en puño,
le acaban de apresar,
poco a poco caen sus hombres
heridos o muertos ya.

Anochece ya en los campos,
sólo se oye el gritar
de comuneros heridos,
que acaban de rematara.

No tardan mucho los nobles
en pronunciar su sentencia:
Juan de Padilla y Juan Bravo
que paguen con sus cabezas,
y Francisco Maldonado
por vida quede en la celda.
Mas las tropas le reclaman
de un Maldonado cabeza,
y a Francisco Maldonado
le arrancarán en oferta.